La falta de jerarquía familiar es lo primero que llama la atención de este modelo de familia: padres e hijos son iguales, opinan y deciden al mismo nivel, sin importar la edad de estos últimos ni su nivel de desarrollo. Todos los miembros de la familia tienen los mismos derechos y las opiniones de unos valen tanto como las de los otros.

Este modelo (conocido inicialmente como democrático) se basa en presupuestos que en un primer momento podemos considerar adecuados: Las cosas se hacen por convencimiento y consenso y no por imposición. El consenso se obtiene a través del diálogo. Las reglas se pactan. La finalidad principal es conseguir la armonía y la ausencia de conflictos.

Pero, en este patrón relacional podemos identificar inicialmente dos dificultades: por una parte, considerar a los hijos iguales en relación a la toma de decisiones les sitúa en una posición para la que, en especial cuando son pequeños, no están preparados. Los niños no cuentan con los mapas conceptuales, ni competencias adaptadas para orientar sus propios comportamientos hacia su bienestar fisiológico ni psicológico. Por poner algún ejemplo sencillo, ¿son capaces de organizar su propio tiempo, de parar una actividad con la que están disfrutando para pasar a otra que pueden considerar una obligación (los deberes, poner la mesa, recoger su habitación…) porque consideran que es lo mejor para ellos?

Por otra parte, cuando este modelo se vuelve rígido encontramos otro impedimento, en algún momento de su desarrollo –especialmente en la adolescencia- tratarán de “probar” las normas, de transgredirlas produciéndose, necesariamente, conflictos en la familia.

Al ser una de las premisas de este modelo “mantener la paz familiar a toda costa”, estas transgresiones, generalmente, se traducen en un “sometimiento” por parte de los padres quienes suelen manejar con dificultad los momentos de tensión.

Las normas sólo se enuncian, se explican y argumentan con suavidad y con palabras, no previéndose ningún efecto práctico sobre el comportamiento si se transgreden. Se podría considerar que más que normas, se convierten en consejos, razonamientos o ejemplos sobre posibles consecuencias que suponen largas charlas sin más, por lo que los hijos reciben el mensaje de la incapacidad de estos por “pasar a la acción”.

Poco a poco los hijos van ganando terreno y los padres se retraen cada vez más, llegando a producirse situaciones en las que los hijos se convierten en auténticos tiranos.

Comparto la siguiente frase que creo puede ayudarnos a la hora de guiar nuestros aciertos y errores en la educación de nuestros hijos.