Creo que la frase que ilustra este post evidencia perfectamente la forma de pensar de la mayoría de los adolescentes. El cambio que se produce en estos años supone para casi todos los padres un esfuerzo de adaptación que nos puede desgastar en el día a día, en especial, si mantenemos expectativas erróneas sobre qué esperar de la comunicación con nuestros hijos e hijas en estos momentos.

Desde mi punto de vista tenemos una ventaja que puede ayudarnos. Todos hemos sido adolescentes y hemos experimentado en "nuestras propias carnes” los cambios que se producen en nuestra manera de ver y enfocar las relaciones familiares y, en concreto, la comunicación con nuestros padres.

Así, en estos momentos, los padres y nuestras opiniones, pasamos a un nivel diferente en el que nuestra presencia e influencia es, necesariamente, menor. Remarco lo de “necesariamente” porque en este momento del desarrollo es lo que “toca” y, por tanto, estos comportamientos son una señal de que todo transcurre por buen camino.

Esto no significa que sea fácil y que, en ocasiones, nos desesperemos porque nuestro hijo o hija “no quiere hacer nada con nosotros”, “no nos escucha”, “todo lo discute”, “no le importa lo que le digo”… pero, situar estos comportamientos como necesarios en estos momentos nos puede ayudar a ser conscientes de la necesidad de adaptar nuestro estilo de comunicación a la nueva situación que se presenta. En el próximo post añadiremos algunas estrategias que puedan favorecer la relación con nuestros hijos e hijas durante estos años de cambio.

Os voy a dejar una sugerencia el libro el libro de un colega gallego, Roberto Antón Santiago, Familias con Adolescentes 2.0: ideas prácticas para mejorar la comunicación, donde encontraréis muchos recursos útiles para poder abordar de una manera más eficiente la relación con vuestros hijxs.

Por mi parte, señalar cuatro ideas básicas, que creo importantes, de cara a mejorar la comunicación con nuestros adolescentes (aplicables a cualquier tipo de relación):

1. Cuidado con los silencios porque comunican. Hay que tener en cuenta cuando comentemos, por ejemplo, “si no le digo nada y se pone como una fiera”, que nuestra comunicación no verbal transmite de igual manera (algunos dirían que más) que nuestras palabras.

2. Coherencia entre lo que decimos y lo que expresamos. Si ante una petición, ¿puedo ir mañana al concierto con Javi? Nuestra respuesta es “como veas” pero nuestra cara expresa disgusto, nuestro tono es de enfado y nuestra actitud corporal es de tensión, lo más probable es que la respuesta de nuestro hijo/a sea defensiva ante el mensaje confuso que emitimos.

3. Atención a las críticas encubiertas. “¡qué bien ordenada está la habitación! a ver si la mantienes así un tiempo”; “¡qué sorpresa, por fin has llegado a tiempo!”; “una hora sin el móvil, ¿estás enfermo?”.

4. Atención al empleo del “pero” porque según lo utilicemos puede descalificar lo que decimos. Así, cuando lo usamos lo habitual es que nos quedemos con la información que se dice a continuación que es la más reciente. No es lo mismo para el que escucha la frase: “Te has esforzado mucho pero no lo has conseguido” que “No lo has conseguido, pero te has esforzado mucho”.

Espero que os puedan resultar útiles y, como comentaba una amiga, no olvidemos que en esta etapa los padres estamos “en modo avión” pero que esta se supera y, poco a poco, nos vuelven a activar.