Continuamos haciendo un repaso a las emociones básicas con las que todos y todas contamos. En la entrada anterior comentamos algunas peculiaridades generales de las mismas e hicimos un acercamiento a la Alegría. Hoy nos adentraremos en emociones como el miedo, la tristeza y la ira.

El miedo

Es importante destacar que, sin el miedo, como especie no hubiésemos sobrevivido. Inicialmente nos permite reaccionar rápidamente ante situaciones potencialmente peligrosas y, en un primer momento, retirarnos.

Es una reacción normal ante una situación, real o imaginaria, que percibimos como amenazante (un accidente, un examen, una entrevista de trabajo, un diagnóstico médico…). Nuestro cuerpo reacciona ante el miedo con sensaciones de opresión en el pecho, malestar en el estómago, sudoración, aumento de palpitaciones… Es, por tanto, una sensación desagradable.

Todos y todas hemos sentido, y seguiremos sintiendo a lo largo de nuestra vida, esta emoción ante determinados sucesos que se nos presenten.

El hecho de reconocer y aceptar aquello que nos da miedo nos ofrece la posibilidad de no quedarnos paralizados, inmóviles o abatidos. Nos permite valorar, en un primer momento, nuestras capacidades para afrontarlo, posibilitando después que activemos las conductas (generalmente, huida, lucha o resistencia) que consideramos necesarias para superar la situación temida.

La tristeza

Tras una errónea interpretación, desde mi punto de vista, de las premisas de la Psicología Positiva, en los últimos años parece que estemos obligados a vivir en una “dictadura de la alegría”.

Si bien, potenciar y destacar los aspectos positivos que nos rodean nos ayudará a afrontar situaciones difíciles, esto no hará que éstas desaparezcan ni mucho menos las emociones que nos provocan.

Así, la Tristeza tiene una función adaptativa. Surge ante una pérdida o un fracaso de cualquier tipo (desde una pérdida afectiva a una laboral o hasta la pérdida de objetivos vitales, por poner varios ejemplos). Nos permite reducir la actividad (cuando estamos tristes, no solemos tener ganas de hacer nada, nuestro ritmo vital disminuye), debilitándose la atención hacia lo que nos rodea y centrándola en nosotros mismos. Favorece la reflexión y el análisis, promoviendo la valoración de aspectos a los que antes no se les prestaba atención, así como el reajuste ante la nueva situación.

Por último, la expresión de la tristeza facilita que los demás centren su atención en nosotros, fomentando su consuelo y cercanía.

La ira

Suele presentarse como reacción hacia un objeto, persona o situación que de alguna forma percibimos (o creemos) que nos está perjudicando en un momento determinado.

Algunas personas la definen como un “sentimiento caliente” porque sus síntomas incluyen la sensación de extrema incomodidad, elevación de la presión arterial, taquicardia, incremento de la tensión muscular, rubor y sensación de calor facial y, en ocasiones, temblor.

Como hemos explicado en otras entradas, el problema no es la emoción en sí (quién, por ejemplo, no ha sentido rabia, enfado o irritación ante las recientes imágenes de los niños/as separados de sus padres en la frontera de EEUU). Experimentarla es lógico, normal e incluso, en determinados momentos, positivo ya que puede predisponernos a la acción (en relación con el ejemplo anterior, participando en una plataforma de denuncia, acudiendo a concentraciones…).

El problema suele presentarse al expresarla de manera inadecuada, tanto cuando lo hacemos contra los demás (a través de la agresividad) o contra nosotros mismos (si ante una situación concreta consideramos que “no estamos a la altura” y nos agredimos con autoverbalizaciones o pensamientos del tipo “no vales para nada”, “eres un fracasado/a” …).

Una forma sana de expresar esta emoción es a través de la asertividad, esto es, expresando de manera no violenta cuáles son nuestras necesidades y cómo deseamos obtenerlas siempre sin perjudicar a los demás.

Esperamos que, esta pequeña introducción os pueda servir para acercaros a este apasionante mundo de las emociones en el que todos y todas estamos inmersos, con el que convivimos y por el que, en ocasiones, nos sentimos desbordados.

 

El miedo

El miedo

La tristeza

La tristeza

La ira

La ira