Los niños y niñas, gracias a su enorme imaginación y creatividad, son más propensos a tener miedo; una conversación con amigos, un programa de TV, una sombra en la pared… puede desencadenar una reacción de temor. No obstante, la mayoría presentan temores ligeros que suelen desaparecer por sí solos y raramente llegan a convertirse en un problema persistente.

Hay miedos que se consideran evolutivos que están relacionados con la edad y con los avances en la maduración y el aprendizaje, la evolución del sistema nervioso y la maduración de la capacidad perceptiva. Así, el miedo a la separación, a los extraños, a la oscuridad, a los animales, a las criaturas imaginarias... se presenta en la mayoría de los niños sin que sucedan acontecimientos más allá de las experiencias normales.

Algunos comportamientos de los padres y/o madres ante los miedos infantiles pueden empeorar la vivencia del miedo:

-Quitarle importancia a lo que les pasa o ridiculizarlo: “cariño, no tengas miedo si los monstruos no existen”, “¡parece mentira, con lo pequeño que es el perrito que le tengas miedo!”…

-Tratar de tranquilizarlo con frases como “no te preocupes, ya estoy aquí para echar al monstruo”.

-Enfadarse cuando no consigue tranquilizarlo: “ya no deberías tener miedo con lo grande que eres pareces un bebé”.

-Castigar o premiar: cuando no se consigue que el problema se solucione.

-Hablar del problema de manera insistente, analizándolo (preguntándole ¿por qué tiene miedo?) y teniéndolo muy presente en sus vidas.

Estos intentos suelen provocar, tal y como comentamos un agravamiento de la situación y que una dificultad inicial pueda llegar a convertirse en un problema.