Si ante peticiones concretas solemos utilizar términos como: "¿Te importaría mucho qué...?", "No quiero molestar"... o cedemos de manera habitual ante solicitudes de otros que realmente no querríamos hacer, nuestro estilo de respuesta tenderá hacia la pasividad y, probablemente, nuestras creencias seguirán el principio de: “los derechos de los demás están por encima de los míos”.

“Pensar en los demás, estar atentos a sus necesidades, preocuparnos por sus dificultades…” son comportamientos elogiables. Pero, como ya hemos visto, cuando cualquier comportamiento se hace extremo se puede convertir en perjudicial.

Así, las personas con un comportamiento esencialmente pasivo suelen vivir por y para los demás, olvidando en el camino sus propias necesidades. Tienen tendencia a evitar el conflicto a toda costa sin expresar sus puntos de vista, esforzándose continuamente en complacer a los otros y buscando su aprobación en todo lo que dicen o hacen. Esto les suele generar ansiedad y miedo a la descalificación, a no estar a la altura, a no caer bien, a no ser queridos… ya que su imagen depende, casi en exclusiva, de la visión que los demás tengan de ellos.

A corto plazo esta modalidad de respuesta puede tener beneficios como evitar enfrentamientos o conflictos. Pero a largo plazo suele generar sentimientos negativos de tristeza, dependencia de los demás, desconfianza, sensación de vacío, evaluación negativa de uno mismo, sentirse manipulada o incomprendida…