El principio que lo sustenta es, básicamente, “mis derechos están por encima de los de los demás”. Cuando se utiliza no se suele tener un deseo de comunicación real, sino que se busca la expresión de las propias ideas que se consideran “las únicas y verdaderas”.

Así, si alguien disiente se produce un conflicto ya que no admiten las diferencias. Buscan tener razón, ganar, y para esto no les importa sobrepasar límites y provocar malestar en los demás. Suelen utilizar, términos imperativos ("haz", "deberías"...), criticar el comportamiento de los demás y utilizar un lenguaje no verbal acorde (tensión muscular, mirada fija, sonrisa sarcástica...).

Otros patrones habituales son:

- Usan palabras groseras y elevan la voz.

- Les cuesta hacer cumplidos y pedir perdón.

- Juzgan, etiquetan y critican: faltan al respeto.

- Interrumpen: no escuchan ni piden permiso.

- Infunden temor e intimidan.

- Desplazan la culpa.

- Responden defensivamente a las críticas.

- Se sobrevalora e infravalora a los demás.

Suele tener consecuencias para quienes lo sufren, en principio, probablemente nos sintamos mal: atacados o incomprendidos. Si además, nuestra relación con esta persona es más estrecha (laboral, familiar, amistad…) seguramente experimentaremos sentimientos cada vez mayores de frustración, resentimiento…. pudiendo llegar a ver afectada nuestra autoestima.