Reír, llorar, sentir miedo o rabia son emociones que todos y todas experimentamos independientemente de dónde nos criemos, de la edad que tengamos o de la época en la que hayamos nacido.

Cumplen una serie de características: son innatas (vienen de serie), espontáneas (no las decidimos), neutras (no tienen intención positiva o negativa, sino que nos aportan información básica sobre cómo nos sentimos ante los diferentes estímulos y situaciones que nos presenta la vida) y, por último, se pueden gestionar, aunque no evitar (podemos pedirle a alguien que “cambie su manera de hacer algo”, pero no "de sentir algo”).

Su función principal es la de orientarnos, protegernos, rechazar lo que no nos conviene y acercarnos a lo que nos gusta, entre otras cosas.

Empecemos descubriendo algo más sobre la Alegría.

Algunos/as consideran que es la emoción de la acción positiva (no hay más que ver cómo la expresan los niños, suelen correr, gritar, saltar, reír...). Cuando nos sentimos alegres nuestra energía aumenta, así como nuestros deseos de iniciar proyectos, enfocando las situaciones de manera más efectiva.

Es una emoción agradable que tiene efectos concretos en nuestra salud: nos protege de las consecuencias del estrés, reduce la ansiedad y amortigua la agresividad. También incrementa nuestra autoestima, promueve la creatividad, optimiza la memoria y el aprendizaje y, fomenta vínculos sociales duraderos (la sonrisa es uno de los facilitadores sociales más sencillos que utilizamos habitualmente). Por último, un estado de ánimo alegre promueve nuestra disposición a ayudar a los demás y a cooperar con ellos.

Si bien la alegría no se puede forzar, sí podemos plantearnos reservar diariamente momentos de disfrute que aumenten las posibilidades de experimentarla y, por tanto, de obtener todos estos efectos positivos que hemos comentado.